...nuestra quedará escrita de manera discreta y solo para unos cuantos no sé si afortunados. Y no porque lo hayamos decidido así ni tu ni yo. A lo sumo habremos contribuido a escribirla, pero poco o nada se recordará de nosotros en particular, de nuestros hechos, a no ser por nuestros próximos, sean familiares o amistades. Unos dados; los otros dicen que elegidos.
Ni tampoco se olvida el arte, ni que sea el de evadirse por la puerta chica de atrás.
Es por eso que la vida te quiere tanto y te ata, porque la echas de menos en la huida y te apostillas en su frente bajo la atenta mirada de las bocas apagadas de Timanfaya ahora.
¡Ay la vida que agua te trae y que salada te rodea!
Su tierra es negra, una lava lavada a fuego. Un entorno azabache que se confunde con la noche pero que la dota de cierto aire de misterioso náufrago superviviente desde que se iza el primer sol y apaga todos los destellos de sus faros. Lejos y al norte, el de Punta Delgada en la isla de la Alegranza; y el otro el de Punta Pechiguera en el termino municipal de Yaiza, al sur de la isla.
Cualquier cosa parece allí confraternizar con la hora en que se cierne el crepúsculo vespertino, ya que se mimetiza con la uniformidad oscura de las sombras construidas a base de oquedades de lava donde dan frutos vides.
Y es quizá por eso que hoy es una tarde sencilla pero no por ello ignorante, me refiero a suficiente pese a que se te echa encima.
Y sí, la mirada se pierde entre altas nubes de pensamientos como algodones mientras se difumina el sueño y tiendes un espacio momentáneo de por medio.