Blog

17 Ene 2022

LA MAGIA DE LAS IMÁGENES

Y la vida sucede de tal manera que pasa de puntillas, casi sin dejar traza del intervalo gastado.

Es una hora incierta del amanecer.

De nuevo amanece. Otra vez me entrego a juntar letras con el plácet de la luz de la vela, la ayuda de una lámpara autónoma, y el consentimiento de la oscuridad que coexiste entre las paredes pálidas de la casa.

Digo que la mañana se inaugura bajo el auspicio de unos colores sólidos bien distintos que hay en el horizonte del este: desde un azabache a un anaranjado, pasando antes por un encarnado para morir en un azul sutil a la vez que cargado de delicadeza.

Siento inclinación por esta hora tan prudente como tímida del día, tanto que incluso en ocasiones ajusto las contraventanas de la sala para prorrogar más la nocturnidad si cabe, hasta que llega un punto que deviene el gesto en toda una fruslería puesto que la luminosidad avanza de igual modo.

Sin remedio, el silencio llega al unísono de las primeras luces. Entonces, me siento un extranjero en tierra de nadie. Quizá, en realidad, coincide que es la manera como me (sigue)

 vea. Es cierto, uno se pierda escenas pero conquiste otras. Las que extravía son aquellas que  escapan a sus ojos detrás del ensayo de llevar la consciencia a otras que considera distintas. Las que se embolsa son estas últimas. Las que descuida, un exceso. A los ojos de la mayoría es: estar en Babia. Perder el tiempo en la medida que uno se pierde.

Estreno la extraña sensación de no tener que bregar con nadie sino, más bien, de dejarme llevar por el influjo del insólito modo de vida. Tanto puede la costumbre, que llega el momento en que uno la suele echar en falta. Todavía más después de focalizar la atención  en otras obligaciones y ocupaciones indispensables para ganarse el sustento durante años, pero que de alguna manera  atentan contra la vocación por restarle tiempo a eso tan voluble. Aunque sé que sin ellas no hubiera llegado pongamos que hasta... ¿aquí? Pero quizá sí a otro lado.

Antes, casi cada madrugada,  se daba  una obligación a la que atender y prestarle atención. Ahora la tengo que crear porque el quehacer pasa a ser uno mismo. Son como colores contra los que no hay que luchar para interpretarlos sino todo lo contrario, pasan a ser ineludiblemente  aliados solo con observarlos con atención.

Mientras dejo parte de mi piel en las palabras, la luz del címbalo comienza a ser una hipérbole clara después, eso sí, de aflojar la timidez en un aparte.

La dimensión coge altura y sigo. Lo hago para continuar. Entretanto, vivo y muero como ausente con el crepitar  del fuego y una taza de té entre las manos.

Y digo que es la magia de las imágenes la que habla por sí sola. Y añado que solamente ellas, a la manera de una musa, suelen poner vena a las palabras.  

bottom-logo.png
Me gusta deslizarme entre la música; caricaturizar las sombras y reírme de ellas. Dejar el globo de mi imaginación remontar el cielo
© 2025. Todos los derechos reservados.