vea. Es cierto, uno se pierda escenas pero conquiste otras. Las que extravía son aquellas que escapan a sus ojos detrás del ensayo de llevar la consciencia a otras que considera distintas. Las que se embolsa son estas últimas. Las que descuida, un exceso. A los ojos de la mayoría es: estar en Babia. Perder el tiempo en la medida que uno se pierde.
Estreno la extraña sensación de no tener que bregar con nadie sino, más bien, de dejarme llevar por el influjo del insólito modo de vida. Tanto puede la costumbre, que llega el momento en que uno la suele echar en falta. Todavía más después de focalizar la atención en otras obligaciones y ocupaciones indispensables para ganarse el sustento durante años, pero que de alguna manera atentan contra la vocación por restarle tiempo a eso tan voluble. Aunque sé que sin ellas no hubiera llegado pongamos que hasta... ¿aquí? Pero quizá sí a otro lado.
Antes, casi cada madrugada, se daba una obligación a la que atender y prestarle atención. Ahora la tengo que crear porque el quehacer pasa a ser uno mismo. Son como colores contra los que no hay que luchar para interpretarlos sino todo lo contrario, pasan a ser ineludiblemente aliados solo con observarlos con atención.
Mientras dejo parte de mi piel en las palabras, la luz del címbalo comienza a ser una hipérbole clara después, eso sí, de aflojar la timidez en un aparte.
La dimensión coge altura y sigo. Lo hago para continuar. Entretanto, vivo y muero como ausente con el crepitar del fuego y una taza de té entre las manos.
Y digo que es la magia de las imágenes la que habla por sí sola. Y añado que solamente ellas, a la manera de una musa, suelen poner vena a las palabras.