En el mundo común los malos no son castigados ni los buenos recompensados. Desconozco si en otro. Es más, el éxito se lo llevan los fuertes (?) y el fracaso les es impuesto a los débiles. Acostumbra a suceder así.
Sí, no es sencillamente una fantasía del presidente Vladimir Putin lo que se deja en el campo de batalla porque desgraciadamente resulta cierto aquí y ahora. El horror ha vuelto de su mano pero no para aniquilarlo, mejor para tratar de hacerse con lo que no le pertenece de ninguna de las maneras.
Me indago: ¿Qué clase de vida será la suya si día y noche las sombras de sus crímenes van a acompañarle cualquiera que sea el rincón donde se amague?
Doy por hecho que el convencimiento de ser vigilado, perseguido, acosado, empieza a dominarle. Debe temblar todo él cuando el viento que corre en ocasiones a lo largo los jardines de su residencia tambalea algún objeto y genera un chasquido.
Se trata del miedo de los cobardes que se ocultan tras la fuerza de sus gigantes simulando ser justos.
Tal vez mentalmente esté enfermo, recluido en su ideario, con seguridad con un fiero terror a la muerte (suya, claro), y, sin embargo, indiferente a la vida de los demás.
Pero se quiera o no, impávido lleva a sus hijos a morir en el campo de batalla para que exterminen, antes de traspasar ellos claro está, a sus hermanos en su nombre. “Da lo mismo”, se dirá en sus adentros el Zar. “No son mis hijos”, concluirá. Son solo una pieza más sobre el tablero de juego de su ajedrez de plata, concluyo. Simples peones que poco importa sacrificar. Y todo en nombre de la madre patria que viene desdibujando desde hace años su imaginario. Aunque les ha quitado tanto, tanto que acabará quitándoles hasta el miedo. La resistencia así lo demuestra.