
Barcelona y la atención de torero que se ha de prestar para moverse como transeúnte entre sus calles, paseos y avenidas, y eso por lidiar con patinetes, bicicletas, autobuses, vehículos, carricoches... comienza a quedarme lejos a parte de venirme grande. Aunque en Manresa no hay para menos para lo que respecta a patinetes. En cualquier caso, cada vez tengo menos que ver con la Ciudad Condal; y no porque haya renunciado, no me atraiga, y no sepa reconocer todo lo que ha significado para mi. Siempre hay que ser agradecido, dicen que es de bien nacidos.
El calor también se ensaña estos días con capital del Bages, donde en este momento me encuentro, cuya comarca del mismo nombre creo que la conforman 30 municipios.
La canícula primeriza que reparte por doquier este clima advenedizo del planeta Tierra, de resultas (dicen) de la huella de carbono de la civilización, le otorga, en mi opinión, cierto sentido acuoso a la piel. Tengo la impresión de que hace más y que ha comenzado antes que años anteriores, pero el convencimiento podria ser consecuencia no de lo que supone haber experimentado muchos veranos, sino mejor de la edad. Me explico: soy de la opinión que con el tiempo te repites como el ajo y nos empeñamos en hablar del clima, a lo mejor resultado de que no tenemos otra cosa con la que entregarnos a una tertulia y así llenar los espacios de silencio para según quién complicados de gestionar. Aunque ciertamente para llegar a ser (ajo) hace falta también, cabeza. Pero es que con la edad uno la pierde en la medida que está de vuelta de muchas cosas y advierte, además, que existe cierto desconcierto social. No sé si descontento; pero opino que también se vislumbra eso. Aunque sé de veras que nadie me va a solucionar absolutamente nada del mío. Y sinceramente, creo que a ti tampoco paciente lector. Se da la circunstancia de que la decepción es mutua y universal en muchos aspectos: guerras, hambre, trabajo, libertades...
Comparo y concluyo que se entrega sobre la ciudad, comarca, país... la misma canícula que el verano inmediato al natalicio de Clara, corría mayo de 1994. Han pasado muchos desde entonces; años y mayos. A pesar de todo el dolor de su partida y la calor que sobrellevé entonces, su recuerdo y los incendios, permanecen anclados así como inmutables en la memoria.
Se asegura que uno cuando le quedan las cosas lejos o no las tiene las desea más. Aunque más que qué. Y es que de no darse una comparación se complica el hecho de intelectualizar la proporción y el alcance. Lo mismo ocurre cuando decimos “te quiero mucho”. Mucho con respecto a qué. Con el calor ocurre lo mismo, establecemos un paralelismo aun a veces sin disponer de datos objetivos, simplemente porque lo sentimos así en ese momento, o por opinar gratuitamente sobre algo y basta con el fin de abrir una conversación, o por el mero hecho de obligar apagar el silencio. En mi opinión los silencios también causan incendios. Y sucumbimos a ellos. Prueba sino de sentarte a la mesa de un bar frente a un allegado a tomar una taza de té sin hablar. Pero llegados hasta aquí reconocer que las comparaciones en ocasiones también son odiosas. De nuevo se nos pide equilibrio. Llegados aquí quiero dar por buena la máxima de que: “todo es cuestión de tiempo”. Y añado: y de equilibrio como exponía, porque al fin y al cabo no somos más que funámbulos aprendiendo a caminar a lo largo de un alambre.
Bien no me hagas demasiado caso abnegado lector, que no ando para tirar cohetes, ya que la verbena de san Juan está todavía por llegar; o yo ande tocado del ala. Por la calor, es obvio.
¡Ojalá resulte como digo! De lo contrario estaría perdido con independencia de las estaciones. Y todo por los años que un servidor ya ha gastado.