
Me gusta deslizarme entre la música; caricaturizar las sombras y reírme de ellas. Dejar el globo de mi imaginación remontar el cielo
Madruga el insistente canto del gallo. Nace con anticipación exquisita al nuevo día; casi una costumbre. Entretanto, revientan el horizonte los primeros colores vivos, bulliciosos y alegres del alba. Es ese instante anaranjado, rojo y azul, donde la densidad oscura sucumbe bajo el hechizo de la luz y en consecuencia la noche se desvanece acompañada en toda su transición de una musicalidad que deriva hoy de circunspectas y crepusculares aves. Aguzo el oído y sobresale, entonces, entre olivos y almendros, una voz característica, inconfundible y nítida, que atribuyo sin duda a la de un búho altanero oculto entre el follaje y la ya mermada, en parte, negrura residual.