El mundo “samsárico” al que pertenecemos tiene la connotación de insatisfactorio, ya que albergamos deseos de ser felices en un mundo que es todo lo contrario, de sufrimiento y, por ende, doloroso, donde la norma es el cambio.
He leído (en parte con alivio y hasta cierto punto con gravedad, eso sí) que nada vuelve con la misma uniformidad o el mismo nombre, pero vuelve; que todo es transitorio; que estamos interconectados; que todo es causal… ¡Y es que se dicen tantas cosas! Pero sea como sea, no lo expreso porque mis ansias me insistan en querer vivir eternamente. ¿Para qué, si mis coetáneos y contertulios, en este caso vosotros dos, vais zarpando uno tras otro mientras permanezco en el muelle cada vez más solo? Pero no os vaya a preocupar mi razonamiento, porque no obstante se suele encontrar remedio para los males. Luego incluso para transformar vuestra ausencia. Somos responsables de ello los que aquí permanecemos.
(Mientras ando, danza la hojarasca de los plataneros sobre el firme del Paseo alborotada por el viento.)
Conservo fresco el recuerdo de quienes fuisteis. Indeleble del todo a pesar de los años sin vernos. Os reconozco todavía ahora, entre mis días, con independencia del disentimiento que puso tierra por medio. Y es que muy a pesar de la memoria el tiempo anda apresurado. Pese a todo, la mía no ha perdido ni un ápice de cuanto compartimos. Muy al contrario, no he dejado de reconocer lo que aprendí de la mano de vuestra fortaleza y bondad. Haber coincidido en el camino me ensalza. Y es que se acostumbra a aprender de los demás si profundizamos en su esencia. Lo ajeno acostumbra a sorprenderte. Se descubre llevando la mirada hacia adentro. ¿Dónde si no? Allí atrapamos, aunque en lo más hondo, rasgos de carácter reflejados como en un espejo.
Y digo yo que deben de corresponder, esas, a trazas de personalidad que reclaman nuestra atención. Las hay ejemplares, otras no son tan virtuosas claro está. Cabe sobradamente la probabilidad de que una vez identificadas nos apliquemos en suavizarlas o potenciarlas. Lecciones para aprender llevabais. Tengo la certeza de haber aprendido de ambos.
Por otro lado, me consuela creer que podría darse que una vez captado y asimilado (el mensaje del semejante, el vuestro en este caso), ineludiblemente conduzca a continuar cada uno su camino para seguir aprendiendo valiéndose de otros espejos o beber de otros maestros.
Hay que procurar no enojarse con nadie, ni desprestigiar, como excusa o justificación de nuestro cambio de rumbo. Jamás. Hay otras vías mucho más maduras, válidas y versátiles que le pueden dar relato. Pero para eso hay que soltar. Bajar a la tierra. Tener cierta valentía para reconocer a uno mismo y los demás. Aparcar el orgullo que priva de ver.
Pero tengo la convicción de que no existe separación, propiamente dicha, sino hay olvido. Ello me invita a reflexionar, si cabe, más sobre lo razonado.
En cualquier caso, sea como fuere, y como antes os he expresado, me persigue la idea de que nuestra experiencia vital no nos concedió un instante para decir “hasta luego”.
Aunque lo fácil es cargar el peso de todos males males (nuestros y ajenos) a las espaldas de la infortunio y ya está, sin cuestionarnos nada más, ¿no?
Incluso he oído a quien afirma que las adversidades son “cosas de la vida”; también se dice de esas desavenencias; de esos momentos bajos; de los adioses,... Pero tengo la certidumbre, de todas todas, que es inherente a la personalidad humana todo eso, como también lo es aprender la lección que conlleva, precisamente por el grado de humanidad que contiene.
(En el punto y aparte dirijo la mirada al cielo como buscando algún recuerdo suelto y mostrarles mi aflicción. )
No es que me desagrade la soledad, mejor reconocer que no me gusta impuesta. Y en mi opinión, la muerte, la vuestra y la de todos, no hace más que imponerla. También hubo, y seguirá habiendo, muerte en vida. Una no se da sin la otra. Cierto. La muerte tiene diferentes rostros.
Aceptando te libras, en parte, de la fuerza opresora de la realidad. De igual manera observando los hechos tal como son sin perder detalle, sin reaccionar, sin lamentarse, sin juzgar, sin etiquetar, empatizando, porque en caso contrario negaríamos la oportunidad de cambiar a quien los haya causado.
Valga añadir que aceptar no es rendirse. Pues no se trata de eludir las situaciones dolorosas, sino de transigir, puesto que son, y nada podemos hacer para revertirlas, salvo comprenderlas. No podemos resistir a aquello que no admite cambio.
(Escucho palpitar mi corazón aún, danzar la vida en mi derredor. )
Confesaros allí donde estéis hoy que, de manera paradójica, la existencia, la vida, no es una propiedad privada, aunque me cueste entenderlo así. Mi vida no es mía quiero decir. Como tampoco mis hijos, que entiendo que son del universo. Si acaso él me ha encomendado una labor, cuidarlos y procurar por ellos. Entiendo que lo contrario denostaría una posición altanera y egoísta por mi parte. Y lo quiero evitar.
Nuestra vida está hecha, sobre todo, para darnos a los demás. He llegado a esta profunda convicción a estas alturas. Sí, ya sé, quizás algo tarde. Pero es tan grande el aferramiento a nuestro “yo”, es tan enorme su discurso, que cuesta deshacerse.
El reloj, nuestro tiempo, está, hasta cierto punto en manos de la cuerda que enrosque la incertidumbre, o sea de su altruismo, puesto que es quien asume activar o parar el giro de las manecillas poniendo así punto y final a una existencia, experiencia, personalidad…y hago alusión aquí especialmente, y también, a lo que es inherente al ser humano, a su esencia, al amor, al odio, a la entrega, al egoísmo, al enfado, a la compasión, a la amistad, a la empatía, a la generosidad, a la avaricia…puesto que todo bebe de la misma fuente.
Carles y Joan: habéis dejado de sufrir, igual que antes lo hicieron otros seres queridos. Acostumbramos a repetir la misma cantinela: “Ha dejado de sufrir”, saber disculpar igual mi poca pericia para saber encontrar otras palabras en este momento. Entonces me indago doblemente: “¿Llevarán razón?” “¿Pero es que acaso no sufren las almas? No sé qué responderos. Vosotros sabréis. Mi convicción dice que…Que importa lo que opine mi convencimiento ahora. El vuestro me importa más. Siempre se aprende más de lo demás si estamos atentos a sus gestos. Hay que observar lo mirado.
Nacemos con un camino por andar, que coincidamos en el tiempo y el trayecto es una cosa y otra realidad diferente es, que desconocemos por completo cuanto durará la travesía. El devenir es un perfecto desconocido.
Pero sin lugar a dudas deja un regusto amargo, no exento de rigidez, la experiencia traumática de la muerte, más si es de un allegado, todo y que hay veces que es una liberación para el paciente, el familiar y el amigo. De nuevo y mientras me entrego a esta carta póstuma, se convierte en una derivada la circunstancia de no haber tenido ocasión de despedirse como quizá hubiéramos preferido de poder escoger. Aunque explorando todos y cada uno de los decesos sufridos, he llegado a comprender que no es ciertamente una despedida sino mejor una unión, porque no suele haber olvido en nuestro continuo mental.
Así que: “La paz os dejo, la paz os doy.” Y os pido ser generosos liberando ni que sea una miaja de ese mismo bien que os deseo, por otro lado tan escaso para los que aquí seguimos con más o menos acierto y ahínco.
Enseguida dejo de escribir; de reclamar vuestra atención pero dejarme añadir:
Está a punto de llover. La luz se ha transformado aquí en la tierra. Ahora se entrega así de plúmbea, de funesta. Hasta quizás púrpura. Todo cambia. Los decorados también mutan, y los colores. Hasta se dan ocasiones que oímos más ruido del que realmente hay en el patio, del que genera el “cambio” me refiero y por extensión: la adversidad, la amistad, el amor, el desenlace... Es nuestro imaginario el que ejerce de amplificador de sonido entonces. Para lo bueno y para lo malo. Que quede claro.
q.e.p.d.