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19 Sep 2023

SON UN POCO PASADAS LAS CINCO

Son un poco pasadas las cinco según el reloj de pulsera. No acostumbra a mentir. Acaso enmudece si no vigilo la carga. O sea, que se echa encima la tarde. 

Avanzado el mes de septiembre, afuera  permanece más apagado como resultado del azimut del sol, excepto el rumor entrecortado  de una brisa  imperceptible   cuando refuerza su aliento o algún que otro ladrido de esos que hace que se te lleve el diablo si se extienden en el tiempo. El  címbalo  todavía prende en llama y domina, aunque no es tan eminente la acometida. 

La primera puerta de la casa, la principal, acristalada, y de madera de pino pintada de esmeralda, permanece más que entreabierta para que ventile porque hace un calor inusual. La segunda, a modo de cancela y levemente distanciada de la de color esmeralda, de metal, blanca, y provista de lamas de igual color, con cierto  deje mallorquín, cerrada, permite  que se cuele la claridad y el aire  entre las lamas de metal del mismo color que la casa. 

Éstas, a modo de filtro, tamizan la luz del sol al  estrellarse contra ellas, evitando el envite directo rompiendo la extravagancia, pero en cambio es transigente con el aire que acepta que pase entre las láminas estrechas. En un lateral del soportal en donde anclan las dos puertas, se pega ahora mismo un dragón. Contrasta sobre el blanco de la casa labriega porque este es mayormente de color gris oscuro. Se mueve pero no demasiado. Al fin se esconde entre el bastidor de la puerta metálica para desaparecer.

No hay nadie en la casa. Mi alma y basta. Y no lo digo porque sea suficiente, mejor escasa. Pero es en la limitación que me muevo hace algunos años y no precisamente por la escasez que obliga, sino mejor por algo impuesto por la libre voluntad en aras de cambiar la vida. Desde hace tiempo cargo con la sencillez con el fin de transformarme en más simple.

Laboran sin piedad los pensamientos. Enfilados como perlas de un collar, erre que erre, intentan captar la atención de la mente que escribe. Pero la mano agarrada al lápiz sigue rayando  la blanca estepa.

De repente, algo que no es la brisa del exterior se desliza entre las lamas metálicas. Es corriente y luz a la vez. Nada superfluo. Una vez dentro coge lentamente volumen, forma. Se erige a pocos una figura que raya lo humano pero más cercana a un dios. De repente comprendo que es un  ángel el que irrumpe en interior de la casa y me está  hablando. Lo conozco. Es el ángel de la guarda que protege la vida. Entablamos una conversación afable y le agradezco cuánto hace por el espíritu. 

Me levanto. Tropiezo. Evito la caída no sé cómo. Voy a por una taza de té y, de vuelta, doy cuenta que ya se ha ido. Ha sido una visita corta, pero suficiente para saber que sigue aquí conmigo.

 

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Me gusta deslizarme entre la música; caricaturizar las sombras y reírme de ellas. Dejar el globo de mi imaginación remontar el cielo
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