Tarde blanca. Luminosidad saturada por poniente. Zarca y definida por naciente. Ahora la brisa cabalga a lomos del cielo. Alea y se alza sobre el mundo. El tiempo se desvanece. Entretanto, las parsimoniosas agujas giran el carrusel del tiempo.
La mañana queda atrás. El crepúsculo vespertino por delante aún no alcanzado. Las sombras se tornan largas. Indiferentes alternan entre movimiento y quietud. El sol se viene abajo desde su zenit para ocultarse sin pausa tras el confín.
La parsimonia manda, los instantes menudean y la vida ronda.
El ruido sordo del silencio y la sombra amiga entran en la casa labriega. Se alargan como alas de sombras del otoño. Todo es cambio. Incluso el sosiego se transforma para ser diferente. La luz, el tiempo y la penumbra.