Domingo, 2 de junio. De nuevo he visto la muerte de cerca.
Eras de color amarillo y suave plumaje. Vivo, alegre y divertido. ¡Piabas!Levemente movías tus alitas.
Te quería llamar Rimpoché. Me dijeron que no tuviera prisa pues eran cruciales los primeros días de vida y que además la inicial debería ser la letra “p”, como la de todos tus progenitores.
A mi me daba igual todo eso, quería darte un nombre para poder llamarte en el futuro, fuera cual fuese, así que te puse Precioso; con “p” inicial. Ahora caigo que es una de las traducciones de Rimpoché (tb. Rinpoché). Dicen que no existe la casualidad, si acaso la causalidad.
Ahora descansas en el jardín de la casa labriega. Unas piedras delimitan y …
… protegen la tumba. Las flores la adornan.
Medito para que te resulte más fácil ver Clara Luz en el bardo. En cualquier caso mi corazón está contigo. Me desenvuelvo como sé.
Luce con esplendor el sol afuera. La luz es nítida y el cielo celeste sin mácula.
Te llevo en la mano hasta tu última exhalación. Intento acompañarte más allá, pero ese viaje debemos hacerlo solos. Puntual a la cita haré el mío también. Así que opto por quedarme a despedirte y dedicar tu sufrimiento y mi aflicción, a mitigar el de los demás. Y afortunado de descubrir con tu ayuda esa bondad, fragilidad, docilidad, gracia y compañía que rebosas.