

La luz de la lámpara de sobremesa se manifiesta entre la oscuridad y el cuaderno. La apago y me alumbra, igualmente encima de la mesa y sobre un tapete de rafia trenzado que hay extendido, la llama de una vela. La sutil luz pasa por alto el espíritu. Es entonces cuando el silencio hace la oscuridad más profunda a estas horas del alba si cabe y, entretanto, con poco más que hacer que juntar letras, aguardo a que las primeras luces del amanecer se distingan.
Ayer se me hace que fue diferente, tal vez porque nada sucede de la misma manera aunque casi todo rima; o quizá se dejaba ver más el silencio; o la negrura de la misma hora no era tan espesa como la que intuyo hoy, que lo es como consecuencia de la capa de nubes desafiantes. No me he parado a pensar sobre ello, quiero decir que si existen otras razones que puedan darle otro relato a la experiencia.