Sol limpio. Viento apagado. Mutismo inmóvil. Silencio encendido. Mañana pacífica. Vinito claro.
Ahora, el sol entibia afectos y pasiones. Reconforta. Templa el espíritu.
En este instante , todo se confunde con el color de la calma. Incluso el alma.
Nota fluir por las venas el primer fuego. Primero esculpe su deje amable en la piel; al poco, socarra hasta el espíritu.
Se acerca el tiempo. Entretanto las horas zarpan para volver quizá diferentes algún día a la manera de las olas.
Sombras de gigantes arbóreos tiñen de oscuro la alfombra del suelo áspero. El gorjeo de las aves toma refugio entre el verde follaje de ramas originadas en tallos leñosos y elevados.
No existe más reloj que los latidos del corazón; ni más pensamientos que la callada pausa entre uno y otro. Ni más puntualidad que la del tiempo.
El címbalo comienza a volar alto, no en su cenit, aunque ya unta con insolencia la piel.
Por Ti sé que hay un lugar solitario al que pertenezco,
hacia donde puedo girar siempre que quiera la mirada porque tus ojos me aguardan.
Imagino que existe un motivo por el que asumo estar en silencio,
donde al parecer el pensamiento se aparta para acomodarse en su espacio.
Es el lugar donde percibo, al sentarme, de qué manera me torno sereno y el tiempo discurre tranquilo por las venas.
Pero por algún misterio que no alcanzo te encuentro allí, siempre a mi lado, sentado, callado.
Quizá por ser la única esperanza a mano cuando todo se torna materia oscura
y nada parece transcurrir como uno quisiera.
Pero todo acaba pasando de largo,
todo y suele dejar un poso.
Y es que en ese lugar no encuentro nada a lo que vencer al disiparse la batalla: ni explicaciones, ni razones.
Entonces me parece descubrir el motivo por el que anhelo sentarme solo y en silencio: nada.
Y Tu Sigues sentado a mi lado entre tanto la mente reposa en calma.
No, nada, que sigo siendo un nómada, lector. Ante Dios posiblemente una clase de peregrino sin hospital que le preste refugio durante el viaje y, consecuentemente, obligado a soportar las inclemencias de la odisea de la existencia. Nada me diferencia, aunque la manera de pensar, que no el pensamiento, me muestre como un extraño, incluso quizá como un apátrida ante ti. Pero lo pérfido suele ser lo que hay detrás de la idea, no en el acto intelectual de la reflexión.
Ulises ya perdió en su Odisea a todos los compañeros antes de llegar a Ítaca para casarse con Penélope y de antemano, por eso, acabar con todos sus pretendientes de la isla que lo daban por muerto.
Uno siempre ha creído vivir en un mundo aparte que no tiene porque ser muy diferente. Ello le ha llevado a distanciarse cuanto ha podido de lo social, de todo ese ruido, de toda esa incongruencia derivada, en mi opinión, de la percepción constante de estar absorbido por el circo de un mundo mediático que atenta constantemente contra la inteligencia.
El caso es que me fugué en cuanto pude de su abrazo porque creía estar perdiendo el tiempo en la medida que uno se pierde. Y el tiempo es de los pocos bienes que no se pueden comprar, ni tampoco guardar para más tarde porque es perecedero.