Siento palpitar la noche. La misma noche que ronda allá afuera de madrugada. Percibo la profundidad de sus horas. El tiempo que huye. Y antes de morir de repente en la antesala de una la vida luminiscente. Para más tarde erguirse su luz serena por el este a pocos, casi dulce. Y ando el camino asido de la mano de la luna todavía. Esa luna serena, tranquila y risueña. Alzo la vista blanca. Caen los pies y una mirada de ojos sensibles contra el hospitalario suelo. Surcan los ojos la tierra a la manera de un llanto hecho de luces y concavidades. Prendo la mano de los sueños. Les brindo el alma. Y me revelo contra caer muerto ahora que estoy consciente en este sitio dorado. Ahora es la hora de los luceros que se alzan sobre un tapiz negro. Junto a una Luna de uña donde suceden sueños y encuentros. Mueren nada más revelarse en medio de la oscuridad como vida gastada.
Latidos que se escapan, ecos que se repiten mientras la vida sueña.