Lejos pero cerca queda la isla. Remota para el alcance de según que ojos. Alejada por la distancia. Cierto. A mano, sin lugar a dudas, para el poso del recuerdo.
De vuelta, ya de nuevo en la casa labriega, mientras transcribo unas notas, algo, un mariposeo, aletea por dentro. Quizá debido a preocupaciones mundanas; o al vivo recuerdo de un puñado de días. Acaso porque otro principio quede más a mano.
En todo caso fueron días excepcionales en la isla; y eso que me siento un extraño. A veces concluyo esto, que soy un bárbaro; otras, que aún siéndolo me perdone porque somos, en esencia, islotes.
Y me dejo guiar por el alma. Me devuelve al lugar navegando. Me refiero a ese horizonte mediterráneo en donde cabalga Cabrera. Sus andanzas suceden ante las aguas del cabo Salines.
Ya a esta hora de la mañana, el faro, siempre presto a encender la noche, se …
El jardín de la casa labriega donde habito tiene dos partes bien definidas: la soleada y la sombreada. Concluyo que una pertenece al sol y la otra, a la luna. La primera es acariciada a menudo por el mediodía: el sur, pero sin llegar a encontrarse de frente con su mirada. La segunda, también es por poco que no consigue mirar con plenitud, pero a los ojos del norte.
Personalmente, a partir de la primavera, siento inclinación por la de la luna, pues en mí opinión resulta más íntima siempre y recibe más luz solar que en invierno que permanece bajo la penumbra de la construcción convirtiéndola en umbrosa. Pero cierto es que cada noche del año me siento devoto de ella, con independencia de la época, porque en las noches de luna tiñe de blanco la tierra calcárea y la vegetación del parterre con su reflejo, dotándola de cierta calidez fría con reminiscencias fantasmagóricas.
Esas noches de plenilunio que visten con tono pálido al entono, suelo …