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I com és que al estar sol  sovintejo parlar en silenci amb vosaltres tres com si no fos prou significant el mutisme?

Jo sé que no us estimo tant, almenys com dono per fet que m’estimeu.

Però no li etzibeu a ningú el greuge ni molt menys la comparació;

tota una bajanada, vaja.

I quan sigui lluny d’aquí,

en el benentès  de que aquest lloc no sigui prou llunyà,

sense vida, sense esma, sense pena ni gloria o ves a saber què, no em deixeu, si us plau.

Arribats aquí  doneu-me temps per l’oblit.

Sabré, llavors, i pot ser, de quin color es sentirse sol de bon grat.

És possible que sigui versemblant a una penombra muda,

tot caminant entre obagues fetes de memòria,

per ignorar el que diu la gent i deixar de costat el desori entremaliat del sarau.

Dit això pot ser encertat allò de que l’home comença a viure a mida que deixa de somiar en si mateix.

Llavors tot queda mut al paisatge de l’imaginari.

Certament es barreja amb el xiuxiueig del silenci.

El vent fa la resta sovintejant el parpelleig llevat del paisatge moll que es tossut i perdura.

Contra més parlo amb tu —podria coincidir  ser sóc jo mateix— més s’esbaldriga el que crec ser i menys sé qui soc.

En aquest punt només se m’acut exclamar: quin enrenou!

Malgrat tot això i des d’aleshores, poc però vull creure que et conec.

Resulta ben estrany, quasi una dèria perdre la consciencia i fins i tot viatjar qui sap a on i això, endemés,  sense saber molt bé on un fa cap.

La resposta no té mots.

I sé que no esteu tant lluny del que soc.

I m’extravio, tot i que també us allunyeu amb mi, sola,  muda i gris, a cada pasa.

Sigui dit que el silenci quiet m’acompanya.

I ho fa a la manera d’una silueta apartada.

Però encara no em cal  saber qui sou.

A esta hora del mediodía sol y mar navegan con paño de plata.

Los tonos se entremezclan en el horizonte.

Ya no sé si gris, perla o argento.

Digo que la mar está viva porque oscila su superficie acuosa,

es el vaivén que peina el viento.

Cabrilleo. Ola. Espuma. Agua y sal.

Alas rotas.

Toda esa amalgama quiebra después de un pestañeo. Rompe.

Opino que es vívida, aguda y malhumorada la algarada.

Y es cuando el címbalo extiende en mi frente un reflejo que defiende como propio,

una pátima lechosa y refulgente.

Incluso llega a brillar el vuelo de un cormorán entremedio.

El plumaje ahora tornasolado resplandece.

Y me pregunto,

Cielo, ¿dónde habitas?

Y entretanto lamento surge un susurro ciego y silente.

Aún así me alcanza la vigorosa garra del tiempo, la vuelta.

La brasa. La brisa. La racha de viento.

La acrobacia previa donde la mar lega su fulgor,

quizá por ausencia.

24 Ene 2022

MIENTRAS AGUARDO

Mientras aguardo sentado sobre un muro de piedra seca de la entrada a que llegue, me abraza del todo una tarde claramente abierta. Opino que avanzada para la época del año.

Los colores son los de la hierba, la tierra iluminada por los últimos rayos de sol y las diferentes tonalidades del follaje de distintas especies de árboles: pino blanco, olivo, algarrobo y almendro. Cada cual exhibe su verde característico. Mezclados se interponen en la  mirada aunque trate de esquivarlos. Son gigantes, muros y mundos. Todo a la vez hace volar la imaginación de cualquiera. Pero lo que hoy atrae especialmente es un cielo que tildaría de celeste, puro, delicado, libre de algodones; surcado a la manera de los campos, pero en su caso por la estela de aviones en ruta hacia alguna parte.

Y sucumbe a pocos el sol. Es la hora en que las sombras se alargan primero para menguar después como lo hace la luna  tras saberse noches completa. Y lo cierto es que me entretienen entretanto el día se estira.  

Ahora, un poco más tarde, ya con las  sombras exhaustas, postro la mirada sobre la hierba, los muros, la piedra, el cielo, la casa y hasta en los árboles buscando más color que el gris. Todo. Un arcoíris. Y es que a esta hora el sol no pasa desapercibido  aquí, templa los ánimos y desvanece la nostalgia de días pasados y hasta incluso en ocasiones resulta pesado. Confieso: “¡Es que la luz todo lo puede!”. La naturaleza hace el resto como comparsa del clima reinante ajeno a esta época cercana a fin de año. Tanto que infinidad de aves establecen equivocadamente su canto alegre de primavera, es esa la música del paisaje a destiempo. Un acorde disonante. Pero siguiendo a pie juntillas el refrán: “A nadie le amarga un dulce”, ni siquiera durante el invierno añado.

 

Y la vida sucede de tal manera que pasa de puntillas, casi sin dejar traza del intervalo gastado.

Es una hora incierta del amanecer.

De nuevo amanece. Otra vez me entrego a juntar letras con el plácet de la luz de la vela, la ayuda de una lámpara autónoma, y el consentimiento de la oscuridad que coexiste entre las paredes pálidas de la casa.

Digo que la mañana se inaugura bajo el auspicio de unos colores sólidos bien distintos que hay en el horizonte del este: desde un azabache a un anaranjado, pasando antes por un encarnado para morir en un azul sutil a la vez que cargado de delicadeza.

Siento inclinación por esta hora tan prudente como tímida del día, tanto que incluso en ocasiones ajusto las contraventanas de la sala para prorrogar más la nocturnidad si cabe, hasta que llega un punto que deviene el gesto en toda una fruslería puesto que la luminosidad avanza de igual modo.

Sin remedio, el silencio llega al unísono de las primeras luces. Entonces, me siento un extranjero en tierra de nadie. Quizá, en realidad, coincide que es la manera como me (sigue)

Por fin la noche  ha liberado el frío. Que ha enseñado los dientes, vaya.

Ya amanece a pesar de la baja temperatura. Así que el alba se dispone para ceder paso a un día nuevo.

La claridad se extiende ante el campo visual de la vista coloreando la dilatada superficie  del cielo. Entretanto, las miajas de la noche, lo prenden de azul por momentos.

Hace frío, quizá porque veo a la sociedad inquieta y a un servidor se le  hiela la sangre por tomar consciencia de ello. Resignado se conforma  al opinar que nada es como antes. Posiblemente nada se da igual como dicen. Nunca. Ni siquiera las formas, los sucesos, las maneras. Otra cosa distinta es que los versos pueden rimar.

No me gusta el aire, no me complace el viento, todavía menos cuando enloquece. Y para colmo hace algún tiempo que habito  una tierra por la que campa a sus anchas. Vaya, que se la hace propia. Entonces si no me aplico en entablar cierta amistad con el viento puede llegar a enervarme. Y con ese estado puede sobrevenir con facilidad dosis sutiles de ofuscación con el paso de las horas que me llegan a abotargar.

Es cierto que prefiero comenzar con otro adverbio que “no”, pues independientemente que  resulta negativo me suena altivo, pero esta vez no ha habido manera. Ha sobrevenido sin permiso. Así es de arrogante y denso “no”. Encrestado como la galerna. Veremos la próxima vez que excusa pongo o me da.

Me levanto antes del alba. Me recojo unos minutos como de costumbre. Al acabar ya no me pertenecen. El breve instante  lo dedico como de costumbre. El lapso me resulta  algo así como un viejo conocido. Me pregunto si se trata de un viaje a alguna parte o si por el contrario permanezco quieto donde estoy. Me inclino por esto último. Otras esos minutos  los veo como un hábito, algo semejante a una sombra que me acompaña hace ya años. Algunas como un peregrinaje. Pero no deja de ser sorprendente que la veo como una sombra de colores, vivaracha. No vayas a pensar otra cosa. Un acto irremediablemente  íntimo en todo caso, sí. Es lo que llamo la intimidad de lo compartido.

03 Dic 2021

LANZAROTE

Vuelve al olvido para no olvidarse relegar de si misma. Como el viento puede arrollar cualquier cosa. Hasta que llega el día que zarpas para  dejarte desaparecer en otra isla, ahora volcánica y dicen que afortunada. Opino que todas las islas son afortunadas hasta incluso Desolación.

Pero nada se aparta por mucho que empujes. La embestida solo pone de relieve que deseas, en parte, pasar página. Pero las páginas vuelven como lo hace en ocasiones la nostalgia, aunque con otros personajes distintos y tiempo de por medio.

La vida no olvida, que para eso, para no olvidar,  están  los anales de la historia. La...

02 Dic 2021

LA TARDE

Siembra la tarde recuerdos entre pánicos de sombras alargadas. Las horas tiemblan y empujan cuesta arriba la llegada de un mar sin fondo.

Cae la luz con las hojas del avanzado otoño para recoger la cosecha gris del tiempo que se espacia.

Brinca la amistad serena mientras el verdor de las hojas de las palmeras llega a tomar hasta un brillo excelso.

El blanco perece a grises y remata la luz que comienza a escasear.

Y la fresca aprieta entretanto el atardecer se extingue para volver y volver montado en un viaje sin retorno.

La vida se extingue, pasa de largo y me extiende su mano. La felicidad está agazapada junto a ella. Es su sombra, su vida.  Soy curioso y la veo, la recojo. Es bien humilde —me refiero a la felicidad—. No es nada. No es cuerpo. No es forma. No es palabra, aunque esta pretenda explicarla. Es pura emoción, sólo se siente. No hay más. Es parca, pura, sencilla.

 ¿Sabes? La felicidad acostumbra a ser bien simple. Es cierto. Busca siempre dentro de ti. No hay mejor lugar que en tu interior más recóndito. No existe más intimidad ni acto de amor que amar.

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Me gusta deslizarme entre la música; caricaturizar las sombras y reírme de ellas. Dejar el globo de mi imaginación remontar el cielo
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